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Cómo encontré mi propósito en la vida

Una colombina que cambió el transcurso de mi vida.




MI TRAVESÍA POR LA VIDA


Te quiero contar cómo ha sido mi travesía por la vida, cómo ha sido mi currículo y todo lo que me llevó a escribir este libro. Esa historia no solo te dará una idea de la persona que está detrás de estas palabras, sino que es también una reflexión muy importante sobre el proceso de vida y sobre cómo no podemos atar los puntos mirando hacia delante, sino que debemos hacerlo mirando hacia atrás; es por esto que en el futuro entenderemos lo que nos sucede en el presente, aunque en este momento no podamos comprender lo que nos pasa o por qué nos pasa. Esta es una historia que enmarca la razón de existir de este libro y de cómo logré cambiar mi vida y encontrar mi propósito.

Les contaré la historia de “El man de la moto”. Así me bautizaron en un taller comunitario al contar la historia de cómo cambió mi percepción de la vida y por qué hoy me dedico a lo que me dedico. “Tal vez ya conoces esta historia; si es así, te invito a repetirla para poner en contexto un ejercicio que quiero compartir contigo más adelante. Si no la conoces, perfecto.

Para que se entienda mejor, debemos devolvernos un poco en el tiempo, a los primeros puntos de mi travesía por la vida.


1. LA CURIOSIDAD


Cuando era joven me pregunté: “¿Para qué tengo que ir al colegio?”. “Para prepararnos para ir a la universidad”, fue la respuesta que encontré. “¿Para qué hay que ir a la universidad?”, volví a preguntar. “Para que puedas ser un profesional y te puedas ganar la vida. Es decir, te van a pagar por lo que haces, gracias a los conocimientos que adquiriste en la universidad. Por eso, debes estudiar algo que asegure que te van a pagar bien”. “¿Para qué?”. “Para que no te falte nada, para que puedas comprar las cosas que quieras, una casa, un carro, ir de vacaciones y ahorrar lo suficiente para que cuando llegue el momento de retirarte, tengas suficiente dinero para vivir los últimos años de tu vida lo mejor que puedas”.


“Ok”, dije, y entonces salí para el colegio a hacer eso, aunque se volvió una constante en mi vida cuestionarme todo lo que no entendía o con lo que no estaba de acuerdo.


2. NO FUI UN BUEN ESTUDIANTE


En el colegio no fui un “buen estudiante”, casi siempre perdía Español porque no ponía tildes ni escribía bien, y porque no me leía los libros que me tenía que leer. Y cuando los leía y presentaba el examen, quedaba debiendo nota; no porque no me supiera el libro, sino por la ortografía. Con cada error me reducían 0,3 puntos. Tampoco fui bueno en matemáticas. La mayor parte del tiempo me la pasaba mirando por la ventana y era muy fácil que me dispersara y no pusiera atención. Era como si mi mente estuviera en otro lado todo el tiempo (bueno, eso no ha cambiado “mucho hoy en día). Pero eso no me pasaba en las materias que me gustaban o en las que el profesor era muy bueno. Historia, Biología y, la materia que me salvaba siempre de perder el año, Educación Física. Si lograba tener un promedio superior a siete en todas las materias, podía perder una (se perdía sacando menos de seis) sin perder el año. Así que me pasé el bachillerato perdiendo español y sacando siete de promedio en general.

No ser un buen estudiante me marcó en mi travesía porque, al parecer, yo valía solo si sacaba buenas notas. Por lo tanto, en comparación a los demás, yo no era bueno.


3. ¿QUÉ ESTUDIAR?”


Luego llegó el momento de decidir qué quería estudiar en la universidad. La verdad, en mi casa nunca me presionaron para estudiar una carrera clásica, como Economía, Administración, Ingenierías y/o Derecho: aunque en algún momento sí trataron que estudiara Agronomía, pues siempre vivimos de las vacas lecheras y de las flores. Pero eso no era lo mío. A mí me gustaba la Medicina, se podía ganar buen dinero (en esa época), me interesaba el cuerpo humano, investigarlo, entenderlo, y, sobre todo, me interesaba ayudar a otros.

 

MEDICINA:

Desafortunadamente (eso pensé en ese momento), Medicina necesitaba un puntaje más alto que el que me saqué en el examen de estado que determinaba si podía entrar a ciertas carreras. Para todas las carreras, y en las universidades más importantes, “se necesitaban entre 300 y 330 puntos para entrar. Para Medicina se necesitaba 350 puntos. Yo saqué 320, así que no pasé. A los seis meses repetí el examen y saque 330. Tampoco lo logré. Entré entonces a un curso llamado Premédico, en el que todos los que no pasamos peleábamos por dos cupos. Más de cien estudiantes estaban conmigo en las mismas. Había gente que estaba repitiendo por segunda o tercera vez. En esa competencia solo entraban los que tenían 5/5 de promedio en el semestre. Estudié mucho. Creo que nunca había estudiado tanto, además me gustaba. Saqué 4,5 de promedio. No me alcanzó.

Como los exámenes eran los mismos todos los semestres, pasaban los que estaban repitiendo y ya se sabían las respuestas, que, claro, no compartían con nadie.

La verdad, no quería pasarme la vida respondiendo preguntas de memoria, y en ese momento me pareció una competencia injusta. Me retiré del curso y no lo repetí. Así, mi sueño de estudiar Medicina se acabó y marqué otro “fracaso” en mi camino.”


PSICOLOGÍA:

Después de eso me decidí por Psicología y me presenté en una universidad, pero esta vez fueron ellos los que no me aceptaron. Todavía no sé qué pasó. Solo sé que en el cartel que anunciaba quienes habían pasado decía “no apto” al lado de mi nombre.

 

ANTROPOLOGÍA:

Después me presenté a Antropología en otra universidad y ahí sí me aceptaron. Al parecer, ya estaba encontrando el camino porque me gustaba la idea de ser como Indiana Jones, viviendo “aventuras por todo el mundo y haciendo excavaciones para tratar de entender al ser humano. Claro, eso es más Arqueología, pero por ahí se comenzaba.

Y adivina qué… a los tres semestres me retiré de la carrera. Esta vez fui yo quien no pudo con la universidad ni con el sistema en el que estaba. De nuevo perdía todas las materias. Y no es que no estudiara —aunque tampoco me mataba haciéndolo—, pero el problema era que siempre teníamos que aprender de memoria lo que decía el profesor o el libro. Si yo leía algo, lo cuestionaba y sacaba mi propia conclusión o hipótesis al respecto, me rajaba. Mi amigo, el que se sabía la lección de memoria, pasaba. No pude con eso.

Como se dice coloquialmente, “esa platica se perdió”. Y sí, mis papás pensaban lo mismo y no estaban contentos. Más fracasos. En ese momento me dijeron que no me patrocinaban más el no saber qué hacer con mi vida y se acabó el apoyo económico. Los entiendo, a los ojos de sus creencias, yo estaba haciéndoles perder tiempo y dinero con mi “indecisión”. “Vendí un cuadro que me habían regalado de grado y con eso me compré una moto Kawasaki KMX 125 para transportarme. Con lo que me sobró me pagaría unos cursos.

 

TEATRO:

De Antropología di el salto a Teatro. A Actuación. Como ven, la tenía clara y era muy coherente, ¿no? De Medicina a Teatro. Al parecer estaba muy perdido, pero no. Ahí fue cuando realmente me comencé a conectar. No tanto con ser actor, pero sí con todo lo que pasaba detrás de la escena. Con la fotografía, con ser el que decidía cómo se contaba la historia. Estando ahí me contacté con un amigo de mi mamá que era director de televisión, y me fui a trabajar gratis con él, de asistente de producción en una serie de humor para adquirir experiencia y aprender. Me encantó y tenía claro que lo que quería hacer era ser director de televisión.

Entonces, con ayuda de mi abuela, estudié Dirección de cine, televisión, radio y teatro en Inglaterra. Y esa vez sí terminé.


4. EL DIRECTOR MÁS JOVEN


En ese momento de mi vida, más o menos con veinte años, mi percepción de la vida era que para ser feliz debía ser exitoso, uno de los mejores en mi profesión, y debía tener mucho dinero.

Esa era mi creencia porque, de una forma u otra, la cultura en la que crecí me dijo que era así: “Gradúate del colegio, estudia una carrera, trabaja, sé exitoso. Si puedes, sé el mejor. Gana mucho dinero, compra el carro, la casa, la moto (otra) y serás feliz”. Y me lo creí. Volví a Colombia a comerme el mundo. Quería ser el más berraco, el mejor, el director más joven del país. Y lo logré.

Para cuando tenía veintitrés años ya dirigía programas de televisión.

A los veinticinco ya dirigía a grandes estrellas, como Margarita Rosa de Francisco, Pirry, Andrea Serna, y la lista siguió creciendo. Al igual que el dinero, los éxitos… el ego.


Juan Pablo Gaviria con 1. Andrea Serna en el "Factor X" 2. margarita Rosa de Francisco en "Expedición Robinson" y 3. con Pîrry en "La ISla de los famosos"""
Juan Pablo Gaviria con 1. Andrea Serna en el "Factor X" 2. margarita Rosa de Francisco en "Expedición Robinson" y 3. con Pîrry en "La ISla de los famosos"""

A los veintiséis ya era vicepresidente creativo y de producción de una de las compañías productoras más importantes del país y de Latinoamérica, tanto así, que, años más tarde, Sony Pictures Television International compraría la compañía.

A los veintisiete cofundé una empresa de creación de formatos de entretenimiento para vender ese tipo de contenido en el mundo, y, en el 2008, a los treinta y tres años, ya había cursado una carrera de “éxitos” profesionales como director y productor de varios programas muy vendedores. Había cumplido todo lo que me había propuesto: ser uno de los mejores en mi campo de trabajo, tener un excelente sueldo, asistente personal, conductor, oficina grande con baño privado, viajar en clase ejecutiva y tener a cargo todos los programas de la compañía. Tenía dos carros, dos motos y una casota con jardín para vivir. Tenía “todo” lo que supuestamente identifica a una persona “exitosa”. Mi ego estaba por las nubes. Y este es un punto importante en esta travesía.


MI EGO


Dirigir y producir programas de televisión, liderar equipos de más de seiscientas personas y manejar millones de dólares de presupuesto, cuando todo el mundo te hace caso, especialmente si te va bien y eres exitoso, me hizo crear un valor propio falso.

Yo me valoraba por lo que los demás decían de mí, en la medida en que otros opinaban que yo era muy bueno. Valía si tenía buenos resultados, es decir, era valioso en mi hacer, ¿pero también lo era en mi ser? Al parecer, esa era la historia de mi vida desde que estaba en el colegio. Por eso siempre me esforcé mucho para que los otros me valoraran por lo que hacía.

Todo esto me llevó a otro punto importante en la travesía: me separé de mi esposa. Y no, no fue por la rumba, las mujeres, las drogas y el alcohol, como por lo general la gente piensa que sucede en ese medio. Simplemente sentía que no era la persona para mí porque no me seguía los pasos. Yo quería que ella fuera diferente, así que nos separamos. Todo esto era un resumen de lo que pasaba en mi vida: no era consecuente con lo que pensaba, sentía y hacía; y, por eso mismo, por más éxitos que tenía, yo no me sentía bien conmigo mismo. Por alguna razón, sacar el mejor rating de la televisión no trascendía, no generaba una satisfacción duradera.

Resulta que esa carrera exitosa, esa acumulación de dinero y de bienes como forma de medir los logros en mi vida, me tenía, como se dice coloquialmente, “rayado”; me tenía mal. No me gustaba la forma en que llevaba mi vida y no le encontraba sentido a hacer algo que no le aportaba grandes cosas a la sociedad. Solo lo hacía por tener más dinero y más éxitos profesionales.

Entonces me preguntaba: “¿Por qué, si he hecho todo lo que supuestamente me llevaría a una vida feliz, no me siento bien?, ¿qué estoy haciendo mal?, ¿qué me falta?”.

Decidí tomarme un mes sabático sumado a un mes de vacaciones y me fui de viaje. Como estaba separado, me era más fácil hacerlo. Decidí, primero, no viajar por el mundo sino por Colombia; segundo, no viajar en la comodidad de la clase ejecutiva o los hoteles cinco estrellas; y tercero, hacerlo en moto. Estaba entrando conscientemente en la zona de aventura, como la llamó Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras.


5. EL SALTO DE FE


En el 2008, pensar en viajar por Colombia todavía era impensable. Y viajar en moto por Colombia, peor. Muy pocos lo habían hecho, y menos por carreteras secundarias y terciarias, como queríamos, para poder conocer el país en profundidad. Y digo queríamos porque encontré a un amigo que no solo estaba pasando por algo similar a lo que yo estaba viviendo, sino que se le medía a viajar por las carreteras más complicadas de Colombia para poder recorrer ese país que desconocemos cuando estamos sentados en un cómodo sillón frente al televisor.

Así que salimos a hacer eso, así significara quedarnos a dormir en pueblos dominados por la guerrilla o los paramilitares. Casualmente esa historia fue mi primera aproximación a escribir un libro, y lo hice. Aunque solo imprimí diez copias para amigos y familiares, lo saqué en formato digital y se convirtió en un bestseller en Amazon, fue descargado más de veinticinco mil veces (punto para el ego). Si te interesa, lo encuentras de manera gratuita en el iBookStore o en Amazon. Son tres volúmenes que narran la historia de ese viaje.

Quiero resaltar tres hitos clave que sucedieron en esa travesía, que rompieron todos los paradigmas, las creencias y percepciones que tenía de la vida.

 

A. UN GUERRILLERO


Un día nos cogió la noche en la mitad de un territorio en el Cauca dominado por la guerrilla. Nos recomendaron no seguir porque era muy peligroso. Paramos en Mosoco, un pueblo pequeño, para conseguir posada. Nos recomendaron golpear en la puerta de una casa, nos indicaron cómo llegar y nos dijeron: “Seguro ese man los recibe”. Efectivamente, esa persona nos recibió en su casa. El hombre estaba con su esposa y tenía siete hijos. Era una casa campesina con una pequeña cocina, un baño y un cuarto donde dormían todos.

Nos ofrecieron también la casa de la mamá para guardar las motos y que no les pasara nada. Compartieron con nosotros los tres pedazos de carne oreada (carne seca) que tenían para darles de comer a sus siete hijos esa noche. Nos prestaron el piso de la entrada para que pasáramos la noche. Nos trataron como si fuéramos sus familiares y compartimos con ellos toda la noche. Al día siguiente, al despedirnos, el hombre nos pidió el favor de llamarlo una vez llegáramos a la carretera principal, por lo que esa zona era tan peligrosa.


Más adelante, a la salida del pueblo, nos contaron que esa era una familia de guerrilleros. Nos miramos sorprendidos con mi amigo, y me pregunté: “¿Qué habría pasado si nos hubiéramos enterado de eso la noche anterior?”. Debido a nuestras creencias, tal vez habríamos dicho: “No, gracias, mejor seguimos”.

Menos mal no fue así, porque esas cosas comenzaban a cambiar mi percepción de la realidad lentamente. No sé si el señor era guerrillero o no, lo que sé es que nos trató como miembros de su familia, así fuéramos desconocidos, y también sé que, si hubiera sido al revés y ese desconocido hubiera llegado a mi casa, seguro yo no lo habría recibido.

Un par de años más tarde, cuando dieron de baja a Alfonso Cano, líder del Secretariado de las Farc, salió un artículo en el periódico El Tiempo que contaba la travesía de Cano antes de su muerte. Me sorprendí cuando leí lo siguiente: “… tuvo que salir hacia el Cauca con tan solo diez guerrilleros […]. En Mosoco lo recibió el sexto frente y lo aprovisionó para que pudiera seguir hacia Caldono. Allí llegó el 22 de julio, día de su cumpleaños, y, dice inteligencia, esa fue la fecha en que empezó su fin”

Antes de leer eso, no había entendido que no solo el dueño de la casa donde dormimos era guerrillero, sino que todo el pueblo pertenecía a las Farc.

 

B. LA POBREZA Y LA FELICIDAD


Otro cambio de percepción fue darme cuenta, a medida que recorría el país, de que el 99% de las personas que se cruzaban en mi camino tenían “menos” que yo —menos pertenencias, menos títulos, menos ego, menos cosas materiales—, pero todas eran más felices. Al verlo una y otra vez, no me quedaba más que preguntarme el porqué. Claramente algo no estaba bien con la forma en que yo estaba llevando mi vida.

En Colombia siempre nos preguntamos por qué durante muchos años salíamos en los estudios como uno de los países más felices del mundo. En ese viaje creo haberlo entendido: el colombiano que vive en las áreas rurales no necesita más de lo que tiene, y eso lo hace vivir feliz. Los que vivimos en las ciudades por lo general sí necesitamos más.

 

C. LA NIÑA DE LA “COLOMBINA”



En Tumaco, un pueblo en el sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador y sobre el mar Pacífico, conocí a la familia de un pescador. Tenía diecisiete hijos y todos vivían en un espacio muy pequeño. El hombre, a pesar de todo, mantenía el buen humor y la sonrisa. Ese día no viajamos y decidimos regalarles colombinas a los niños del pueblo.

A mí me encanta la fotografía, una pasión que también heredé de mi papá (como las motos), así que ese día tomé varias fotos. Una en particular me encantó: era la de una niña de cinco o seis años más o menos, de piel oscura, dientes muy blancos y la chupeta de color verde fosforescente. Ella se destacaba por su gran sonrisa y por un brillo muy especial que tenía en sus ojos, que hacían ver cuán feliz estaba con ese regalo.

Yo, por mi lado, estaba feliz con la foto. Era una buena foto. Mi nivel de consciencia en ese momento no me daba para ver nada más allá de que yo había sacado una buena foto. Y hasta ese momento, la historia no pasó de ahí.

Cuando regresé a Bogotá, mientras revisaba todas las fotos que había tomado, me di cuenta de que tenía otra foto de la misma niña, pero minutos antes de regalarle la chupeta. En esa foto no se veía radiante de felicidad; en su cara se podía ver el peso de la pobreza en la que vivía, sus ojos no brillaban y su “niñez” no estaba por ninguna parte.


La Niña de la colombina

En las fotos en las que ella abría el dulce, se veía la transformación de una cara sin mucha expresión a una radiante de felicidad. Y mientras observaba esas fotos me di cuenta de algo muy sencillo, pero que sería trascendental: con algo tan simple para mí, como un dulce, había cambiado radicalmente el día de esa niña. Y me encanta pensar que le había cambiado la vida, pero no. Lo que no sabía era que ese instante me había cambiado la vida a mí.

Fue ahí cuando me di cuenta del inmenso poder que tenemos de cambiar la vida de otras personas con cosas muy simples. Eso me llevó a despertar mi consciencia, a preguntarme por los valores y principios según los cuales estaba viviendo, y por mi propósito de vida. Me empoderó como nunca antes.

Entonces se sincronizaron todos los puntos de mi travesía (no solo de ese viaje por Colombia, sino los de toda mi vida) y en mi cerebro las cosas empezaron a tener sentido. Recordé que lo que más satisfacción me daba era poder ayudar a otras personas, y que había sido por eso que en un principio yo había querido estudiar Medicina y Psicología.

En ese preciso momento me di cuenta del inmenso poder de las cosas pequeñas, y entendí que mi propósito de vida estaba desenfocado. Yo quería ser feliz, pero la felicidad no me llegaba con el dinero: me llegaba cuando hacía a otra persona feliz. Me di cuenta de que podía cambiar la vida de una persona para bien, con acciones muy pequeñas.

Así me reencontré con el propósito de mi vida, que siempre me había estado buscando, e inicié mi proceso de transformación. Otra travesía dentro de la travesía que estaba comenzando.

Después del viaje estaba decidido a renunciar. Pero ese lugar, esa empresa y la gente con la que trabajaba habían sido mi familia por más de trece años; habíamos crecido juntos, personal y profesionalmente, y tenía una relación especial con los dueños de la compañía. Por más que al renunciar uno solo piense en uno, de cierta manera es un acto egoísta. Yo no quería hacerles daño a la compañía ni a ellos al dejarla, así que preparé mi salida, sin que nadie lo supiera, por más de un año, hasta estar convencido de que nada cambiaría con mi salida.

A los seis meses de regresar de mi travesía por Colombia, y después de estar dos años y medio separado, me casé de nuevo… con mi exesposa. Entendí que el que tenía que cambiar era yo, y así empecé a experimentar, entender y poner en práctica el amor incondicional, algo que nunca había practicado, porque estaba lleno de expectativas sobre cómo creía que tenía que ser mi pareja. Simplemente debía aceptarla tal cuál era y concentrarme en cambiar yo. Fue así como comprendí y encontré el eslabón perdido en las relaciones de pareja.

Me tomó un año después del viaje atreverme a dar ese salto de fe que nos lleva de ser quienes somos a quienes queremos ser. Y solo hasta que logré dar el salto, es decir, hasta que renuncié a mi trabajo y a todo lo que venía con él (poder, dinero, etcétera), pude ver el camino que me llevaría a vivir mi propósito de vida, a encontrar la verdadera razón por la cual vine al mundo, esa que le daría un sentido a quien soy y a lo que hago.

Cuando comuniqué mi decisión de renunciar, recuerdo que me fui temprano para mi casa y sentí que mi cuerpo se había liberado de un enorme peso. Literalmente. Sabía que era lo correcto, por más que todos me decían “¡Está loco!”, “¿dónde va a conseguir un trabajo que le pague lo que se gana hoy en día?”, “¿cómo va a botar a la caneca todo lo que ha hecho hasta ahora?”, “¿de qué piensa vivir?”.

Y sí, todos, desde sus miedos y creencias, trataban de aconsejarme qué era lo mejor para mí, y hasta tenían razón, porque yo no podía responder a sus preguntas. Solo sabía que, si seguía haciendo lo mismo, no iba a cumplir mi propósito de vida y siempre estaría preguntándome por qué no era totalmente feliz; además, tampoco lograría individualizarme —aunque al renunciar ya había iniciado el proceso de hacerlo, no lo entendería sino hasta años después, al atar los puntos de mi travesía—.

Así fue como, meses más tarde, me encontré en mi casa, sin trabajo, sin salario y sin tener muy claro todavía qué iba a hacer. Además, para esta época estaba esperando mi segundo bebé. Eso es lo que pasa cuando uno se vuelve a casar con su ex y tiene mucho tiempo libre en la casa, jeje .

Lo bueno de haber tenido tiempo libre por primera vez, sin tener un punto en mi travesía al cual ir, fue que pude desacelerar mi vida y darme cuenta de muchas cosas que normalmente uno no ve cuando está ocupado en el día a día laboral. Meses más tarde iniciaría mi propio emprendimiento, una empresa con un propósito claro: crear productos y servicios que ayudaran a las personas a ser mejores seres humanos.


6. VIDA DE EMPRENDEDOR


Decidí entonces utilizar mi creatividad no para crear historias o contenidos audiovisuales, sino para crear productos, herramientas y metodologías que ayudaran a las personas a transformar sus vidas, a encontrar su propósito, a darle más sentido a su existencia, a saber por qué hacen lo que hacen, y a lograr cualquier cosa que se propongan en la vida.

Y eso es lo que hago hoy a través de charlas, talleres, conferencias, videos, sesiones personalizadas y libros. Pero no fue tan sencillo. Al iniciar invertí todos mis ahorros, tomé préstamos y después, explorando y experimentando con ese tipo de productos, me quedé sin dinero.

Nuestro primer proyecto fue el libro digital que contaba la historia del viaje por Colombia en moto. Pensaba que tal vez podría inspirar a algunas personas a viajar por su país y que eso las llevaría a observar el interior de sus vidas para cambiar. Pero como los viajes en moto no son para todos, y yo quería transmitir el mensaje a un público más amplio, creamos una aplicación de escritura colaborativa y estimulación de la creatividad para ayudar a niños y adultos a empoderarse a través de la creatividad. Esta es una historia para contar completa otro día, pero el caso es que, por más que nos ganamos unos premios internacionales con la aplicación, realmente no le fue bien; no logramos crear una buena experiencia de usuario en el diseño y no logramos monetizarla.

Por esa época, entre esa aplicación y la creación de la siguiente, me invitaron a dar una charla TedX en Roma sobre mi salto de fe, unas microfotografías de agua que estaba haciendo y las aplicaciones que estaba desarrollando. Fue una charla en inglés para ochocientas personas. Estaba que me orinaba del susto, pero todo lo que produce susto, una vez uno se atreve y sale al otro lado, queda gustando, o por lo menos eso me pasó a mí. Por eso dicen que el máximo nivel de satisfacción está justo al otro lado del miedo. Y me quedó gustando mucho usar la palabra hablada para inspirar a otras personas en vivo. Un mes después “me invitaron a hacer el TedXBogotá frente a dos mil quinientas personas, y después comencé a desarrollar los primeros talleres de propósito de vida.

De la aplicación que mencioné nació Motto Dots, una red social donde solo se transmitirían mensajes buena onda o motivacionales, ya que sentía que las redes tienen muy mala energía —especialmente Twitter, donde todos nos quejamos—, y eso crea un círculo vicioso, una espiral negativa que empeora todo lo que nos sucede. Yo quería una red que tuviera un círculo virtuoso de buena energía. La palabra motto es en latín y significa lema. Por ejemplo, el motto de Simba (el Rey León), Pumba y Timón era “Hakuna Matata”. Quería que las personas escribieran sus lemas, sus propósitos o frases positivas.

Para hacer esta historia corta, por más que tuvimos muy buenas reseñas y Apple nos presentó en la página de aplicaciones recomendadas de su tienda de aplicaciones —todo un logro en su momento—, también “fracasó” como aplicación y como negocio.

Después comenzamos a desarrollar otro producto, la Huella Social, una herramienta que te ayuda a autoevaluar cómo te encuentras en quince dimensiones de tu vida, no solo en las dos de siempre —dinero y trabajo—. El punto es que, para este momento, ya había empezado a dictar de manera gratuita los talleres de propósito de vida. Duraban dos horas y asistían amigos y amigos de mis amigos y familiares. Estaba convencido de que la metodología era muy buena, pero no había sido probada ni comprobada. Explorando y experimentando, después creando y aplicando, así inició la historia de los productos a los que hoy me dedico. Lo bueno es que hoy tenemos muchos productos alrededor de esto que han sido comprobados por miles de usuarios y que los han ayudado a transformar sus vidas.

Tengo la convicción y la intención de llegar con este mensaje a cientos de millones de personas para que despierten su consciencia, busquen su propósito y diseñen la vida que realmente quieren vivir. De esa forma van a ser felices, harán felices a todos los que están a su alrededor y ayudarán a cambiar el mundo.


Extracto del libro "Tu eslabón perdido" por Juan Pablo Gaviria


Por esto he credo la plataforma de aprendizaje contínuo EVVOLife, porque creo que la evolución constante del ser, nuestra naturaleza, debe convertirse en un estilo de vida y asi vivir con propósito, abundancia, prosperidad, consciencia, amor y salud está al alcance de quienes deciden liberar todo su potencial. Si quieres conocer más de la membresía o unirte como miembro, sigue este enlace.